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mi viaje a Vietnam

Tenia dos días de haber entrado a Vietnam; cuando llegué desde Jaén a Hanoi con visa Vietnam. Preguntando por un lugar con mucho frio; me mandaron al Old Quarter. Como ya expliqué en mi post anterior; estaba cansado de la costa y del calor, así que me recomendaron este pueblo de casitas blancas y balcones tallados escondido en la selva peruana. Llegué a la terminal y me dirigí a la plaza de armas; no sin antes ser abordado por varios taxistas que querían llevarme aquellas 7 cuadras por 5 soles, como de costumbre, los rechacé con una sonrisa amable. Una señora me abordó para venderme mazamorra morada, servida en un pequeño vasito de plástico por un sol, así que la probé por primera vez; nada que ver con la mazamorra colombiana; radicalmente diferente.
Camino y noto el descuido de las casas en las periferias de la ciudad, pero conforme voy acercándome al primer cuadro esto empieza a cambiar. La avenida principal me gusta a primera vista; es uno de los principales atractivos del lugar por donde resulta placentero andar. Desde ese momento creo que me quedaré varios días en la capital del Hanoi; la ciudad que no parece ciudad, si no un pueblito tranquilo para descansar de cualquier ajetreo. Sobresale que hay carteles propagandísticos por doquier; invitando a un paro popular para rechazar la ampliación de un penal de máxima seguridad; me llevo eso para después averiguar de que se trata.
Había visto un hostal de 6 dolares con anterioridad, pero por alguna situación perdí la dirección; busco un lugar con conexión a Internet para averiguar la calle, antes reviso si no hay redes publicas para conectarme, pero parece ser que estas ventajas que viví en Colombia; Panamá y Costa Rica, donde puedes encontrar Wifi publico en cada parque, se acabaron
Entro a un café llamado Fusiones, frente a la destruida plaza de armas por cuestiones de remodelación. Es un edificio histórico; con paredes de adobe, muebles de madera y cuadros artísticos. Pido un americano por 5 soles y me siento a buscar la dirección. La conexión es lenta. Mientras tanto observo a grupos y parejas de jóvenes extranjeros entrar y salir, al parecer este café es conocido y preferido por este nicho; eso explica sus costos. 
Doy con la dirección del Killa Wasi, pero me quedo un poco más para disfrutar del lugar y también como para celebrar que ya no estoy en la playa. La hora avanza; camino rumbo al lugar donde me quedaré. Arribo de noche; sin numero de casa visible; tardo en dar, y no doy si no fuese porque Nancy, la dueña del hostel, me habla desde un balcón.
Por la foto que vi en Internet y el precio, creí que seria un lugar sencillo, pero para mi sorpresa es un hostal nuevo, bien cuidado, bien pintado; de buen gusto. La habitación principal tiene unas 8 camas sin literas (camarotes) y la que escojo, por estar cerca del balcón, tiene apenas tres. En la cocina están todos los utensilios necesarios y en lugar de estufa hay una parrilla que suelta una gigantesca llama; pocas veces se encuentra un lugar así, lo único que le reclamé a Nancy fueron las conexiones de luz, pero antes de escoger mi cama también me cerciore de eso; me agasaje uno de los pocos lugares para conectar corriente eléctrica. No hay nadie en este lugar y Nancy me explica, tal vez un poco apurada, que es temporada baja; quizá piensa que me importa esa situación, le respondo que para mí es mejor estar solo y llegar a lugares donde es temporada baja; uno de los pequeños tesoros que puedo encontrar en la ruta. Ya envuelto en la cama, enciendo la computadora para contestar una que otra notificación de redes sociales y se acaba la jornada. Mi primera noche en este paraíso del frío; perdido en las montañas.
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